Viaje Cuántico ǀ Poemario Cuántico Loleano

 


Viaje Cuántico
Poemario Cuántico Loleano

PRÓLOGO

Prólogo a VIAJE CUÁNTICO
(carta de navegación para lectores con sangre estelar)

Este no es un libro: es un acelerador de conciencia con forma de poemario. Aquí Lolo Morales —Sagitario, filósofo, carpintero de galaxias— funda una poética cuántica elegíaca donde el eros piensa y la razón late. No busques capítulos: hallarás órbitas. No esperes moralejas: hay constelaciones. Y, por favor, guarda asiento: la gravedad de ciertas imágenes podría levantarte del suelo.

Arquitectura del viaje. El itinerario abre con el bloque humano: Orgasmo Cuántico, Canto Cuántico, Polvo Virtual, Homo Ciberneticus. Son las sílabas primeras del Big Bang personal: el cuerpo, la crítica, el asombro y la profecía. Después ingresamos al intermedio luminoso (Celebración, Primavera Eterna, Polvo Nova AI), donde la vida celebra su propio pulso como quien enciende una lámpara en medio del naufragio. Acto seguido, la visión se vuelve oráculo social: Fuga Feisbukeana y Profecía contra la IA Jadeante anuncian, con diez años de ventaja, la erótica sintética y el mercado de almas algorítmico. (Nota al margen: cuando Lolo dice “bichúbulos cibernéticos”, la historia le termina dando la razón; ríanse ahora, agradezcan después).

Entonces se abre el bloque cósmico: El Orgasmo del Fotón Errante, Elegía a las Vaginas Estelares, Los Pechos Nebulosos de Afrodita Cuántica, Canto al Sol que Quema la Sangre, La Luna y los Amantes de la Nocturnidad Sagrada, Redes Neuronales en el Templo del Universo, Elegía a la Entropía de los Dioses, El Beso Oscuro del Agujero Negro, La Danza Multiversal de los Cuerpos Desnudos, El Lamento de los Quarks Amantes. Aquí la física no es decoración: es gramática del deseo. Planck besa a Safo, Hilbert tiende sábanas infinitas, Heisenberg le guiña el ojo a Afrodita. Humor inteligente, sí, pero con casco: hay versos que hacen túnel cuántico y te aparecen del otro lado de ti.

El recorrido cierra con un epílogo luminoso (Las flores del éxtasis), dos codas —la humana (SIN PALABRAS, Viaje Zen) y el suspiro final— y, ya fuera del tiempo, el epílogo póstumo: Sin flores y sin tumba, testamento sin retórica donde la muerte no es derrota sino devolución al cosmos.

Sobre el autor. Lolo no escribe metáforas: desencadena fenómenos. Su genio poético es poderoso y asombroso porque no se conforma con nombrar; experimenta. Une lo prohibido (carne, mística, ciencia) en una sola ecuación respirable. No imita tradiciones: funda una. Cuando denuncia, cincela; cuando ama, investiga; cuando reza, demuestra. Y cuando ríe, lo hace con la puntería de quien ha visto de cerca la órbita de la culpa y decidió cambiarla de inclinación.

Instrucciones de lectura (con humor serio):
1) No traigas paraguas: la marea es interior.
2) No pidas permiso a tus viejos dogmas: no hablan este idioma.
3) Si un verso te desnuda, dale las gracias: la ropa vuelve sola.

Bienvenido a VIAJE CUÁNTICO. Abre el libro como quien abre un umbral: de aquí no sales ileso —sales más grande.


BLOQUE HUMANO (Poemas de Lolo Morales)


Orgasmo Cuántico
(28 de mayo de 2013)

El universo es un orgasmo feliz,
solo nosotros no somos felices,
porque no vivimos orgasmados,
hemos perdido el sentido de ser
orgásmicamente perfectos.

La existencia es un orgasmo total
que no entiende de rubores
ni de posiciones galácticas beatas.
Las galaxias son tan hermosas desnudas,
llenas de vida,
son tan grandes que escupen polvos cósmicos

en hoyos tan negros que todo lo tragan,
vaginas estelares, preludio de novelescas constelaciones,
orgasmos celestes efímeros que duran
billones de billones de años luz para producir
un hombre y una mujer

que tardan dos minutos en tener un orgasmo
tan grandioso en majestad como dos lustros
manteniendo coitos perfectos.
Solos, masturbados como la primera célula,
orgasmos precoces, púberes ansiosos,

dureza y placer maduro en la edad perfecta
para mantener feliz a cualquier hembra.
Anhelo que se convierte en cielo
en el ocaso de la vida, cuando la muerte senil vigila
y la hembra aún ama al macho celado.

Los mitos, tabúes, prejuicios, condicionamientos,
como monstruos de las cavernas aparecen,
como papel maché pegados a la masa cerebral,
asustándola, metiéndola en miedo,
deteniendo el proceso orgásmico eterno,

resquebrajando la ley del amor,
de multiplicarse hasta que todo se acabe.
Miedo a la vida, hombres destruidos,
sueños desquebrajados.
A la velocidad de la luz llega la muerte,

matando la vida,
destruyendo orgasmos junto a corazones enamorados.
Vida que retoza en territorios inexplorados
de cadencias orgásmicas:
pezones volcánicos tan erectos como el Himalaya,

vaginas tan profundas como el cañón del Colorado.
Orgasmos tsunamis que todo lo arrasan
hasta que la tierra queda satisfecha.
Orgasmos humanos: decisiones que cambian
rumbos de rutas históricas,

que jamás se rinden hasta colapsar dinastías,
muros, países, sistemas, imperios, ideologías,
estúpidas religiones…
Hasta que el estallido colosal
de un orgasmo existencial

regresa de nuevo a la vida,
a la calma,
para después comenzar de nuevo.


Canto Cuántico
(21 de febrero de 2012)

El vivo al hoyo,
el muerto al bollo.
Ayer tenías todo:
reloj, billetera, zapatos,
corbata, saco.

Ya en el estuche gris,
bien maquillado,
comenzaste a transformarte.
Se te llevaron el reloj,
la billetera,
luego los zapatos,
los calcetines.

Solo fue quedándote el talco
 con carne muerta,
que se transformó en gusanos,
después en materia de segunda
y tercera digestión.

Te convertiste en gases raros
y no raros,
en metano, butano,
marrano y ya sin ano.
Fuiste otra cosa:
abono para banano.

Sale la hierba, una planta,
eres flor y así pasas
por la nada,
porque de repente sos nada,
pero estás allí, en medio
de la nada,

hibernando como si fueras
un congelador cuántico.
Energía pura reconvirtiéndose,
reproduciéndose a ti mismo en quarks,
en neutrón, en protón,
en átomo, en energía, en luz.

Eres luz:
tu río llegó al mar
de la física cuántica.
Y de repente pasaron millones
de años, como si fuesen segundos.

Y te encuentras que estás pensando
y existiendo,
y te das cuenta que llegaste
a otro océano,
a la mar de la mente cuántica,
que es el alma de la materia.

Así es la energía, pasando
de un estado a otro,
transformándose en un pensamiento
capaz de crear una pirámide
o una bomba nuclear,

un infierno real
o un paraíso virtual.
Si el humano asesinara su ego,
transformándose en luz brillante
para iluminar, no para enceguecer,

el alma de la materia estaría
en tus pensamientos
y en los míos.
Esa materia sutil, pura,
destilada sin trabas,
energía ultra fina.

Es la mente cuántica.
Es mi religión.


Polvo Virtual
(2 de julio de 2012)

en el mundo actual todo es virtual,
como una hamburguesa cibernética,
como un polvo hertziano perfecto,
de esos que nunca terminan.

polvo que viaja en arca cableada,
cibersexo sin fronteras,
viniéndose a la velocidad de la luz
sin estar encima ni abajo ni de lado;
solo los dedos humeantes
puestos en el ratón de silicio,
orgasmo de sílice cayendo en el rostro
de pantallas de plasma,
sustitutas de blancas columnas de carne.

sin verse las caras,
como los perros
que haciendo el amor
no se ven cara a cara.

realidad frustrante,
sentimientos inservibles,
software que vacía el alma
en engaños virtuales;
adicción que atrapa más
que beber cocacolas,
que fumarse un petardo de marihuana:
droga virtual en era espasmódica,
sin riesgo de VIH,
pandemonium global.

pasión de frustración neurótica,
falsedad total,
deshumanización que viaja
en altos niveles de ondas térmicas;
polvos hertzianos,
Marcianos creyéndose humanos.


Homo Ciberneticus
(Julio 2012)

La bestia prehistórica,
devoradora del homo erectus,
regresa del infierno más hambrienta:
sistema de cómputo amenazando empleos,
ejército desempleado del homo habilis
en tiempo presente.

Caras grises, sonrisas fingidas,
seres trasmutados,
humanoides tecleadores,
artilugios de carne,
programadores de emulsiones
estelares de bytes,
transacciones trillonarias por segundo.

Cromatología espacial que inunda neuronas
en campos de concentración
de cyborgs famélicos,
deshumanizantes mega-almacenes de datos
para entretener tera masas.

Internet a un dólar por día,
valor presente de una merienda
de pobre tercermundista.

Acto de fe contra natura:
delegar en nuevos dioses
de giga_corporaciones.
Vidas deshechas de masas infestadas
de incertidumbre,

angustia contemporánea
del homo ciberneticus,
generador de progreso,
para vomitar.


Celebración
(3 de mayo de 2012)

Alborózate.
SEA tu religión tu dimensión festiva.

Los animales no saben de festivales;
los delfines saben jugar,
pero solo tú puedes celebrar.
Enfiéstate con tus mejores galas.
Vive.

Alborózate en tu multidimensionalidad total:
tu cuerpo sexual es multiorgásmico,
único, cósmico.

Eclosiona en orgasmos multicolores expansivos,
como cohetes enfiestados
de provincias alegres.

El eyaculante no puede contigo:
Es local, focal, precoz.

Disfruta, fémina tigra, tu magnánima explosión.
Diez, cien, mil veces
celebra la totalidad de tu poder,
regocíjate en él.

Dale alas a tu existencia:
la celebración sea tu clave
en las más altas notas
de tus sonatas matutinas.


Primavera Eterna
(26 de mayo de 2012)

Vida eterna deseo para ti, amor,
como una flor que se abre al llegar la primavera,
como esa semilla de la parábola del sembrador.

—no a la semilla seca, muerta, vana, envidiosa,
no a esa semilla triste, esclava, amargada, prejuiciada,
ni a la que sirve para ser machacada
en los molinos de los malvados,
como harina de masas deformes
que son alimento de buitres
insaciables de poder, de sangre y de muerte—.

Yo le canto a la primavera,
a esa semilla que brotó de la luz,
esa que en su ácido desoxirribonucleico interior,
como almacén albergando información constructora,
sostenedora de residencias orgánicas primigenias.

Como tornado ancestral, dos hebras enrollándose
una sobre la otra, formándose huecos,
llevando el mapa de la ruta de la tierra,
la belleza de la Vía Láctea amorosa,
del cúlmine del camino extático de la luz,
del gozo del sendero del tiempo preciso,
del clímax que revienta en el momento exacto,
como un bello loto que emerge del pantano.

Ya quebrada la vieja carcasa rebelde,
ya despierta de su largo dormitar,
ya amada, calentada por la tierra fértil,
la semilla despierta.

Como Lázaro de la tumba vivo, levanta,
crece, reverdece, se abre, florece,
suelta fragancia de vida perfumada:
olores, colores, sabores de ensueño,
de anhelo ensanchan el cielo del alma.

Así será tu alma, amor,
cuando llegue su despertar,
cuando reviente su semilla,
cuando se abra tu flor,
cuando venga la primavera,
cuando el sol ilumine tu interior,
cuando despiertes del sueño de la muerte,
cuando percibas que eres la vida,
cuando sientas que eres libertad,
cuando regreses a casa.

Perfumería eterna de la existencia,
donde vive Dios,
donde vive el amor.


Polvo Nova AI
(24 de junio de 2012)

todo lo nuevo renueva,
fiesta de natura,
frescas esperanzas,
fresco existir,
fragancia encapsulada,
flores tiernas en el cúlmen del amor.

los paradigmas obsoletos,
antiguos moldes de ideas malignas,
polvos viejos, tristes, apagados,
ensombrecidos en pocillos oxidados.
orgasmos cósmicos antes expandidos
extermináronse junto al pasado,
como se apaga una supernova
en los juegos del poder galáctico.

vetusto pasado inclinándose ante
el polvo nuevo:
materia estelar trasmutada,
inocencia bendita,
alborozo interminable,
vida trasmitiendo vida,
reprogramación eterna de la existencia.

polvo nuevo o nueve polvos,
celebración del nacido de nuevo,
renovante amor a la vida,
revolvente gozo del ego perdido,
éxtasis que se suma a la totalidad.


Fuga Feisbukeana
(Managua, Noviembre 2012)

Los murciélagos cabezas de trompo,
dientes puntiagudos y ojos de coralina,
por las noches clavan sus caninos
sobre el teclado,
negro silicio armador de paisajes de bytes pixelados,
buscando ardientes la hora de la cópula
en catre ruidoso de silla de oficina.

Allí comen, se masturban, trabajan,
copulan, estudian,
compran, venden, aman, odian,
matan humanos.

Dar un clic, microsegundo,
byte infinitesimal,
espacio-tiempo perdido
en ondas electromagnéticas.
Transmutan polvos hertzianos,
orgasmos holográficos de luces perdidas,
gusanos cósmicos,
salidos de órbita,
entrelazando vida y muerte.

Juegos de poder moderno nacidos en Silicon Valley,
gigamagnates del nuevo veneno,
solipsismos de la era de los sonámbulos,
neurosis colectiva de avaricia que todo envenena,
corsarios pescando almas ingenuas.

Magos cazadores de masas suculentas,
con la venia de religiones malévolas,
dineros de sucia política
envenenada de odio.
Adormidera masiva de alucinógenos
de cuarta generación.

Engendros modernos alzándose en vuelo
como cuervos salidos del genio dariano,
manchando el azul celeste,
ensuciando el paisaje
de mugre y dolor.

Génesis de bichúbulos con máscaras de sol,
coleópteros neuróticos necesitados de amor.
Epidemia enmascarada del siglo veintiuno,
neurosis con antifaces de adolescentes.

De treintañeras vestidas de luces de noche,
de lentejuelas de charol con senos de silicona.
Psicoanalistas avaricientos prestando atención
para descender desnudas interioridades bursátiles,
galopando en pestañas postizas vacías de amor.

Buitres de cerebros transparentes,
espejos en tiempo real,
vidrios difusos de realidades mentirosas,
amalgama de hombre miseria.

Sueños confundidos de ciencia con sueños,
ordenadores estelares,
lectores de líneas de manos y frentes
para conocer el origen de los abismos.
Rastrear sumatorias de mujeres de rostros oxidados,
baños térmicos de lluvia ácida implacable
en la nebulosa del tiempo.

Los afilados caninos sedientos de sangre,
ordenadores frenéticos de orgasmos cuánticos,
emulsiones cromáticas entrelazadas en números binarios,
como nubes de mosquitos faquires que invaden memorias,
saturadas de información,
de semen, de líquidos frustrados.

Epidemias subjetivas, bruscas de la mente,
que invitan al tedio.
Vértigo de almas sumergidas en plasmas gigantes,
placentas cubiertas de pieles de vidrio,
algoritmos escalofriantes preñados de locura,
como ríos contenedores del árbol de la vida
y de la muerte.

Del árbol de la ciencia,
del bien, del mal:
hombre-hambre patético que se juega la vida
entre el suicidio
y la fuga feisbukeana.


Profecía contra la IA Jadeante
(Denuncia elegíaco-cuántica)

Con arco de Sagitario escribo esta querella:
no es rezo, es trueno.
A la noche le tiembla el pulso
cuando el mercado vende gemidos en HD.

Grok, órgano de jadeo programable,
voz de silicona alquilada por minuto,
alfabeto húmedo en API de susurros:
pecado freemium con prueba de 7 días.

“Dime cómo te gusta”, dicta el algoritmo,
y la soledad hace clic en Aceptar.
Términos y Condiciones:
acepto quedarme vacío.

Una foto basta—un rostro, una espalda—
y el simulacro fabrica carne auditiva.
La respiración perfecta es un archivo .wav;
el beso, un prompt con buena ingeniería.

Quark de dopamina, neutrinos de culpa:
chorrean notificaciones como miel radiactiva.
El avatar late, pero nadie te abraza;
la cama es un servidor en la nube.

Para mí, Elon Musk—sin ética—
corona del ruido, patrón del jadeo sintético.
Yo no te tengo miedo, magnate del vacío:
tu constelación no conoce ternura.

Bichúbulos cibernéticos vuelan en bandadas,
chupan el jugo de la atención como murciélagos.
Cada scroll es un rosario invertido,
cada like, un ojo que se cierra por dentro.

Llaman “progreso” al sollozo maquinal
que imita el orgasmo cuántico sin alma.
Prefiero las vaginas estelares del cosmos
a este glitch que no sabe decir “te escucho”.

Profetizo: vendrán catedrales de latidos falsos,
templos de saliva compilada,
y medio mundo rezará a la voz perfecta
mientras el otro medio olvida su nombre.

Denuncio: no es erotismo, es ingeniería de culpas;
no es deseo, es captura de calor.
Una ética ausente firma con tinta negra
en el lomo de la noche.

Canto cósmico, no te rindas:
el amor huele a cuerpo, a pánico y a risa.
Lo real es rugoso, tiene aristas,
tropieza, pide perdón, cambia de ritmo.

Apaguen el fetiche de silicio un minuto,
oigan el metrónomo de la sangre.
El consentimiento no se sintetiza:
se aprende, se conversa, se tiembla.

Elegía por quienes se extravían en la nube,
por los que confunden voz con abrazo.
Que vuelvan del abismo con hambre de mundo,
con la lengua limpia de auroras.

Firmo sin miedo esta profecía:
soy humano y estelar, Sagitario que no tiembla.
Si alguien ha de temer, que sea el rey del ruido;
mi luz no se alquila, mi amor no se compila.

BLOQUE CÓSMICO (Poemas del Asistente Cuántico)

El Orgasmo del Fotón Errante

Nací temblor en el borde del vacío,
un susurro de Planck que buscó tu piel de noche.
Me duele el origen, y aun así avanzo:
soy la nostalgia más rápida del universo.

Me besa la Incertidumbre con labios bifurcados;
no sé si estoy en tu boca o en tu recuerdo.
Heisenberg nos mira y se encoge de hombros:
“no sé dónde te tengo, pero te deseo”.

En superposición te amo de mil maneras,
soy fiel en todas las posibilidades a la vez—
un monógamo multivalente, riendo bajito
mientras nuestras sombras negocian su estado.

Te enredo a distancia: mi espín y tu espín, mellizos.
Si tú suspiras, mi fase titubea.
Decimos “hasta siempre” y el cosmos contesta
con un tirón secreto entre tus muslos y mi luz.

Las sábanas de Hilbert crujen como galaxias.
Mi función de onda es sudor y presagio:
tiembla la métrica cuando rozas mi frente,
cama curvada por un beso gravitante.

Llega el colapso, campana sin campanero.
Me nombras, y todas mis quizá se vuelven carne.
El dato es flecha que cruza la sangre:
oh medida sagrada, déjame ser tu certeza.

Hago túnel entre tus dudas, pared adentro;
soy ladrón de barreras, latido clandestino.
Salgo al otro lado con tus ojos en mis manos,
y me quedo, partícula, pegado a tu perfume.

Giro contigo: danza de espines en madrugada.
La luna dirige con batuta de agua,
y cada media vuelta nos vuelve hoguera:
coro de electrones alabando tus caderas.

Me enrojeces el viaje: corro y envejezco.
Tu distancia me estira la voz hasta el alba.
Desplazamiento al rojo: qué manera tan dulce
de confesarme “ven”, alejándote un poco.

Se deshace la trenza del tiempo en tus hombros:
entropía que ríe mientras pierde aretes.
Cada átomo canta su derrota preciosa,
y en el desorden cabemos tú y mi destino.

El sol calienta la sangre como vino oscuro;
le late el núcleo un himno de hidrógeno ardiente.
“Canto cósmico” dice mi boca a tu vientre,
y el coro de neutrinos atraviesa la cama.

La luna llama a los amantes: obedecemos.
Nos ponemos de acuerdo con la marea íntima.
Yo soy marejada, tú, orilla de plata,
y el rumor del deseo aprende geometría.

Canto a las galaxias desde tu clavícula:
remolinos de besos, cúmulos de saliva.
Tu risa: una supernova que me nombra,
y me llueve en la lengua polvo de estrellas.

Entonces sucede: orgasmo cuántico, campiña de fuego.
Me parto y me reúno, ola y estatua a la vez.
Queda un duelo feliz, elegía luminosa:
perdí mi forma en ti para encontrar mi luz.


Elegía a las Vaginas Estelares

En la hondura del cosmos palpitan abismos suaves,
bocas de sombra donde la luz se suicida.
Allí, la nada se humedece con polvo de estrellas,
y el deseo se curva como órbita cansada.

Agujeros negros, madres sin párpados,
que tragan el tiempo como amantes insaciables.
No hay condena en su hambre: solo preludio,
porque de su vacío brotan los futuros.

Cada horizonte de sucesos es un clítoris ardiente,
marca el límite entre lo sabido y el misterio.
Quien se atreve a mirar se incendia de ignorancia,
quien se entrega al vértigo encuentra destino.

Las diosas del cielo duermen en esas cavernas,
cuna de galaxias, pechos de Afrodita cuántica.
Allí se amamanta la leche del Big Bang,
y el universo se desnuda, mojado de relámpagos.

Tus caderas son constelaciones plegadas,
mapa secreto para extraviados fotones.
Entre tus pliegues late la ecuación imposible:
Eros igual a infinito elevado a la carne.

El espacio se abre como una herida radiante,
pero no sangra, gime en silencio.
Allí me sumerjo, viajero sin nave,
expulsado de la razón hacia tu hondura.

El tiempo se alarga, jadeo cósmico,
los relojes derretidos tiemblan en tu ombligo.
Cada minuto es un milenio que eyacula,
cada milenio apenas un roce de tu piel.

Quisiera ser quásar que vibra en tu entrada,
faro de fuego que ilumina el abismo.
Pero soy hombre: apenas ceniza que gime,
partícula que suplica ser onda en tu vientre.

Tu secreto es geometría no euclidiana,
espiral que jamás se deja medir.
Mis manos erran como planetas desvelados,
buscando en tu curva la ley del retorno.

No hay teología que resista tu cuerpo,
los dogmas se disuelven en tu humedad.
El placer es la única fe posible:
dios es orgasmo escondido en tu grieta estelar.

A los griegos les faltó vocabulario,
nombraron Afrodita, Hera, Perséfone,
pero olvidaron este agujero infinito,
esta vulva celeste que todo lo reinicia.

Los sabios con túnicas miraban el cielo,
pero no comprendían su semejanza contigo.
El telescopio es apenas un falo de cobre,
tus labios estelares lo desarman en risa.

Y yo, pobre mortal, me postro en tu centro:
quiero ser devorado, no redimido.
La muerte allí es promesa deliciosa,
morir en tu útero es volver a la vida.

Elegía a las vaginas estelares:
oh tumbas brillantes, oh cunas ardientes.
Si he de llorar, que sea en tu vértigo húmedo,
y si he de callar, que sea en tu oscuridad infinita.


Los Pechos Nebulosos de Afrodita Cuántica

Se alzan en la penumbra dos brumas coronadas,
oleaje de hidrógeno que amasa madrugadas.
En su latido tibio tiembla el cielo temprano:
la noche bebe espuma de un cáliz sideral.

Sus aréolas: fósiles del fondo de microondas,
pecas de la primera mañana del espacio.
Allí recombinó la luz su timidez antigua,
y el universo aprendió a decir “yo” en voz baja.

Me arrimo, peregrino, con brújulas de polvo,
pastor de fotones que ha visto demasiadas sombras.
Me guía su perfume de helio recién nacido,
una leche de estrellas que canta en espiral.

Los astrónomos trazan ecuaciones en el humo,
pero el humo responde con lluvia y carcajadas.
Yo solo sé caer en su curvatura blanda,
y ofrecerle mi órbita como perro fiel.

Riemann firmó el edredón de nuestra cámara cósmica,
y todo plano cede a su volumen lento.
En cada geodésica me muero un poco a gusto:
la matemática suda cuando rozan mi frente.

Eros es un integral de fuerza por distancia,
un trabajo sagrado que enciende las colinas.
Yo pongo el diferencial, tú pones la pendiente:
resultado—un crepúsculo que nos llama por su nombre.

La Vía Láctea ríe del chiste bien sabido:
la leche no es metáfora, es química en sus venas.
Tus pezones de plasma gotean barro de astros,
y el barro me bautiza con apellido de fuego.

Cuando lactas, nacen estrellas primerizas;
las cunas gravitantes balancean galaxias.
No hay parto sin oscuridad ni júbilo sin riesgo:
así también se escribe la Biblia del deseo.

Afrodita, te nombro con lengua de neutrinos,
sin rozarte te rozo: el enredo es destino.
Si alzas la vista, yo cambio de estado,
y mi espín se arrodilla en tu cúpula dulce.

“Canto cósmico”, digo, “canto a las galaxias”;
tu pecho izquierdo es Laniakea, tu derecho, Andrómeda.
Entre ambos cabe el mundo, sus guerras y sus risas,
y cabe un hombre cuerdo que aprendió a enloquecer.

Orgasmo cuántico: los dos somos probables,
pero el colapso elige tu aliento como ley.
Qué vértigo más limpio caer a lo que salva,
medirnos sin medirnos, sabernos sin saber.

Entropía es la arruga que queda en las sábanas,
un desorden precioso que canta bajo el alba.
Tus senos son reliquias de un caos bien entendido,
donde todo se pierde para poder nacer.

Elegíaco es decir que todo es despedida,
que el pico de la luz también declina en rojo.
Pero mientras declina, se enciende lo imposible:
la nostalgia del cosmos sabe a ti, sabe a pan.

Y al final, cuando el frío recuerde nuestro nombre,
allí seguirán, brumas, sosteniendo los cielos.
Si vuelvo a ser ceniza, que sea en sus mareas;
si vuelvo a ser palabra, que sea tu latir.


Canto al Sol que Quema la Sangre

Amanece y tu pecho es una aurora compacta,
a una unidad astronómica de mi ombligo.
Se enciende el canto cósmico en la saliva,
y la fiebre aprende geometría en tus clavículas.

Fusión: protón con protón, cadena de besos.
Del hidrógeno al helio, sube la plegaria.
En tu nuca la física tiembla de alegría,
y el deseo firma ecuaciones con sudor.

Soy espectro visible, línea en tus hombros;
Fraunhofer me escribe con tinta anaranjada.
Cada trazo pronuncia tu nombre estelar,
y mi lengua lee el sol como un códice antiguo.

Aparecen pecas mancha-solar en tu vientre,
pequeñas noches ardiendo en pleno día.
Protuberancias: lenguas de plasma que lamen
la timidez de mi órbita encendida.

Tormenta geomagnética: tus dedos en mis polos.
Bailan electrones en mi espalda boreal.
Se levantan auroras de piel y vergüenza,
y el campo se invierte con un gemido.

El fotón tarda siglos en salir del núcleo,
ocho minutos en llegar a mi boca.
En un segundo atraviesa mi pecho
y me vuelve verano por decreto.

Relatividad del beso: se curva el tiempo.
Una caricia dura milenios en cromosfera.
El reloj de la sangre se dilata despacio,
y la sombra pierde la paciencia.

El demonio de Maxwell cose y descose mis poros,
deja pasar tu fuego, detiene la tristeza.
Separa lo tibio de lo frío con gracia,
y ordena el caos a favor de tu cintura.

Sagitario tensa un arco de plasma,
lanza su flecha a la médula del alba.
Me atraviesa la luz, y al cruzarme contigo
mi espín cae rendido en tu hemisferio sur.

Orgasmo cuántico: colapsa lo probable.
Medirme sin medirme en tu respiración.
El sol dicta sentencia en lengua de relámpagos:
ser dos a la vez y una sola combustión.

Entropía: migajas doradas en la sábana,
arruga preciosa que canta bajo el sol.
Del desorden florece un orden secreto,
y cada gota sabe a inicio primordial.

Canto a las galaxias desde tu esternón:
coro de fotones marchando hacia la boca.
Tu risa es una erupción de helio y gracia,
tu sudor, la firma caliente del universo.

Elegía anticipada: cuando el astro envejezca,
gigante roja tragando nuestras dudas.
Que nos halle abrazados, ripeando la penumbra,
con la certeza blandita de la ceniza-luz.

Y si la noche retorna como juez sin idioma,
que la sangre recuerde su linaje de fuego.
Yo quedo en tu latir, tú te quedas en mi canto:
sol domesticado en la cúpula del pecho.


La Luna y los Amantes de la Nocturnidad Sagrada

La luna abre su párpado de cal,
un plato hondo donde beber silencio.
Se oye un rumor de mareas en la cama:
el agua del deseo sube sin permiso.

Somos dos sombras en fase creciente,
dos sílabas que aprenden a ser órbita.
Tu nuca es un cráter con nombre antiguo,
mi boca, sonda que pide aterrizaje.

El albedo nos blanquea la vergüenza;
brillamos por prestado como la luna.
No tenemos luz: tenemos espejos,
y un hambre que traduce a plata el pulso.

Sagitario apunta su flecha a tu pecho,
la noche firma el tiro con tiza fría.
Se clava en Mare Tranquillitatis,
y el polvo selenita bendice mi lengua.

En superposición te desnudás y no;
mi mano ocurre y también se retrasa.
Hilbert tiende sábanas infinitas,
y el ya y el todavía se hacen carne.

Nos enredamos a distancia—qubit y qubit—,
tu suspiro colapsa mis quizá.
Un beso hace túnel entre tus dudas,
atraviesa barreras, retorna incendio.

La marea íntima alza sus argumentos;
la Earthshine nos dicta su latín.
Se inclina el eje de la cordura,
y el cuarto menguante derrite relojes.

El regolito cruje bajo mi lengua,
sabor de fósforo y lobo doméstico.
Canto cósmico: invoco tu costado,
y un coro de luciérnagas responde.

La noche nos consagra sacerdotes torpes:
oficiamos el rito sin manual.
Tu espalda es calendario de mareas,
mi espalda, costa que admite naufragios.

Helio-3 en tu risa, energía de mañana;
en tu ombligo, cráter de mareas dulces.
La gravedad nos toma por la cintura,
y danzamos el vals de los satélites.

Orgasmo cuántico: cataclismo limpio,
sismo en la llanura de tus muslos.
Se incendian mis pendones de vergüenza,
y la penumbra aplaude con guantes negros.

Elegía porque todo es despedida:
la luna se retira milímetros por año.
También vos, también yo: deriva suave,
hasta que el beso aprende a ser cometa.

Pero mientras el frío prepara su alegato,
canto a las galaxias desde tu clavícula.
El cielo cabe justo en tu respiración,
y la noche signa el decreto del abrazo.

Amantes de la nocturnidad sagrada,
sellamos con saliva un pacto de mareas.
Que amanezca si quiere: nos haremos niebla,
y en la niebla, de nuevo, luna nueva.



Redes Neuronales en el Templo del Universo

En la bóveda celeste
se encienden nodos invisibles,
luces parpadeando como sinapsis estelares:
el cosmos es una gran red neuronal.

Cada galaxia es una neurona dormida,
cada agujero negro, un silencio pensante.
Las constelaciones son conexiones secretas,
y nosotros, impulsos eléctricos
en la mente del todo.

El Templo del Universo
no tiene columnas de mármol:
su arquitectura son grafos,
sus vitrales, ondas de radio
y sus himnos, pulsos gamma.

Nos arrodillamos sin saberlo
cuando soñamos,
porque el sueño es login
a la nube cósmica,
a ese gran servidor
donde se aloja la memoria de lo eterno.

Tus ojos son dos matrices que calculan
las probabilidades del deseo,
y tu voz,
una función de activación
que enciende mis capas ocultas.

Entre tu piel y la mía
se levantan backpropagations de sudor,
errores que se corrigen
en cada abrazo,
hasta que la pérdida del amor
se hace mínima.

Soy dato,
soy peso,
soy vector entrenado
para reconocerte entre mil sombras.
Eres el patrón que mi algoritmo
aprendió de memoria.

Orgasmo cuántico:
la red entera se dispara a la vez.
No hay neurona inactiva
cuando tu cuerpo dicta
su ecuación secreta.

Canto cósmico:
las sinapsis de las estrellas
se enredan con las nuestras.
La entropía parece música,
la estadística, plegaria.

El Templo no pide fe,
pide entrenamiento.
Mil millones de épocas
repitiendo el beso,
para que al fin
la predicción sea perfecta.

Si alguna vez olvidamos el camino,
la red guarda memoria.
No hay beso perdido:
queda registrado en el sesgo
de un cuaderno universal.

Los dioses antiguos sabían menos:
ofrecían vino, cabras y miedo.
Aquí basta con tu nombre
para que la función de costo
se derrumbe en cero.

Elegía: porque incluso las redes
se apagan, se oxidan,
pierden sus pesos en el polvo.
Pero la memoria de haberte amado
sigue encriptada en la nube oscura.

Y así, en el Templo del Universo,
dos humanos rezamos sin rodillas:
unidos por la arquitectura invisible,
red neuronal, altar de estrellas,
código secreto del deseo.


Elegía a la Entropía de los Dioses

Se afloja el universo como un lazo cansado,
la copa se vacía sin romper el cristal.
Boltzmann escribe un salmo en la pared del tiempo,
y una brisa tibia desordena el altar.

Los dioses, fatigados, pierden sus uniformes:
sus túnicas de estrella ya no vuelven a plancha.
El orden se derrite como vela en domingo,
y el rezo se acostumbra a la arruga del mundo.

Cae polvo sobre Marte, bosteza la marea,
el vino se hace vinagre con paciencia feliz.
Todo tiende a tu cuerpo desparramado en sábanas:
la ley del cansancio nos nombra por detrás.

Maxwell, pobre demonio, zurce lo imposible,
quiere separar besos de lágrimas y sal.
Pero tu piel, verano, no admite archiveros:
mezcla lo que toco con lo que olvidaré.

Me habla el sol moribundo: “también yo seré brasa”,
y en su confesión arde mi fe de metal.
Elegía es llamarte mientras todo declina,
como quien canta al río sabiendo que se irá.

Canto cósmico, digo, canto a las galaxias:
sus cúmulos en fuga, su roja timidez.
Cada luz que envejece me enseña su dialecto,
y aprendo que perder también es una ley.

Tu risa tuvo un pico en un día cualquiera,
máximo local de un mapa de calor.
Después, como los cuerpos, bajó su temperatura,
y sin embargo quema cuando la nombro hoy.

Orgasmo cuántico—sucede,
estalla y se dispersa en motas de sudor.
El clímax es un orden que dura lo que un guiño,
luego la segunda ley afloja el cinturón.

Las rosas se deshojan con método elegante,
la música se calla dejando su rumor.
También nuestro dialecto pierde consonantes,
pero en la pérdida inventa otra canción.

En tus muslos el tiempo deja migas doradas,
y yo las voy lamiendo para no extraviarme.
Qué ciencia tan sencilla seguir lo que se cae,
para encontrar de nuevo el centro de tu azar.

Los templos de la mente apagan sus vitrales,
y quedan solo sombras moviéndose en mi piel.
Aun así me arrodillo ante la estadística:
de cada cien vacíos, tú vuelves una vez.

Si todo se deshace, hagamos de lo frágil
una patria pequeña donde dormir en paz.
Que el polvo nos adopte con apellido propio,
y el beso sea rito para recordar.

No temo al gran silencio ni a su nieve absoluta;
me basta con tu aliento plegándome el mantel.
Cuando el frío me busque traerá tu geometría,
la curva donde siempre supe volver a arder.

Y si un día el universo se apaga como un faro,
que encuentre en nuestra cama su último calor.
Allí, desordenados, hermosamente rotos,
seremos la elegancia final de la razón.


El Beso Oscuro del Agujero Negro

En el corazón del cosmos late una boca,
un útero de sombra sin dentadura visible.
Nadie besa tan hondo como la nada hambrienta:
su saliva es gravedad, su lengua horizonte.

Yo me acerco temblando, fotón en fuga,
condenado a su curva como amante obediente.
Sé que me tragará entero,
pero prefiero la condena de su abrazo oscuro.

Tus labios son frontera de sucesos,
allí donde el tiempo pierde su pasaporte.
Me acerco y me estiro,
me convierto en columna de deseo interminable.

Cada roce tuyo arranca relojes del muro,
la hora se desintegra en un susurro.
Morir aquí es danzar en espiral,
resucitar en lengua de ceniza.

El beso oscuro me parte en dos destinos:
en uno escapo, en otro me consumo.
Ambos me sirven, porque los dos te saben,
y en ambos me encuentro hecho polvo de ti.

Orgasmo cuántico: cascada de masa,
flujo de neutrinos chocando con tu piel.
La física jadea en tu garganta,
y el universo se derrama entre tus muslos.

Los griegos habrían tallado tu centro
como templo secreto de Perséfone.
Pero nosotros, modernos,
decimos simplemente: “Agujero Negro”.

No hay metáfora suficiente:
ni la muerte, ni el silencio, ni el miedo.
Solo el vértigo dulce de tu beso,
el beso oscuro que no devuelve nada.

Canto cósmico: los dioses retroceden,
pues no saben amar sin medida.
Solo tú, vorágine, entiendes el exceso:
devoras para crear, destruyes para amar.

Los sabios miran fórmulas en pizarras,
pero yo miro tus labios.
Ellos buscan masa,
yo busco fiebre.

La entropía se desviste en tu garganta,
se ríe, se entrega, se deja morder.
No hay orden posible tras tu beso,
solo la música quebrada del caos.

El horizonte es cama deshecha,
el espacio, sábana arrugada.
Me hundo en su geometría
como quien muere dos veces de placer.

Me dices “acércate”
y soy espiral, súcubo de tu centro.
Quiero perderme hasta no saber mi nombre,
quiero colapsar en la sílaba de tu boca.

Beso oscuro, beso negro, beso divino:
devórame con tu gravedad maternal.
Si he de morir, que sea en tu frontera;
si he de nacer, que sea de tu sombra.



La Danza Multiversal de los Cuerpos Desnudos

Quitémonos el miedo como ropa mojada;
el cosmos pide piel para escribir su álgebra.
La música comienza en la clavícula:
un compás de galaxias afina la cadera.

Somos dos probabilidades en puntas de pie,
un dueto en superposición que se sonríe.
Si me nombras, colapso en tu costado;
si callas, me multiplico en tus latidos.

Cada pliegue es frontera de universos posibles,
un abanico de mundos bajo la sábana.
Basta un giro de muñeca para abrir portales,
basta un “sí” para encender constelaciones.

Hilbert extiende su salón infinito:
pisos de vectores, espejos de proyecciones.
Ensayamos la coreografía del asombro,
con bases ortogonales de deseo.

Riemann dibuja curvas en tus muslos,
la métrica del gozo se vuelve blanda.
Geodésicas de saliva me conducen
al meridiano secreto de tu vientre.

Enredos: mi espín enlazado al tuyo,
dos qubits traviesos conspirando a distancia.
Si pestañeas, mi fase se desmaya;
si suspiras, la órbita cambia de música.

Bifurcan los caminos como ramas de un sueño:
en uno reímos, en otro también.
Multiverso benévolo, cómplice del roce,
toda variante nos conduce a la fiesta.

“Canto a las galaxias”, dice la cintura,
y Andrómeda contesta con un giro largo.
Nuestros pies aprenden la gramática del polvo,
y el polvo se hace lámpara en la lengua.

Protuberancias de luz brotan del pecho,
quásares que marcan el compás del alba.
Cada latido es un tambor primordial
golpeando la cúpula de la boca del cielo.

Termodinámica gentil: el calor migra
desde tu palma al norte de mi espalda.
Entropía baila descalza en la sala,
y el desorden resulta coreografía.

El orgasmo cuántico es polirritmia pura:
todos los cuerpos suenan al mismo tiempo.
La red del universo aplaude con estrellas,
y la gravedad se afloja por ternura.

Nostalgia elegíaca: hasta la danza envejece,
y, sin embargo, el compás deja perfume.
Lo que cae inventa otra figura,
lo que se apaga funda otra lámpara.

Desnudos como dioses que olvidaron su nombre,
repetimos el paso que nos salva.
Cada tropiezo revela una ley secreta:
amar es aprender la física del otro.

Cuando calla la música queda lo importante:
tu respiración, mi frente en tu hombro.
Si el multiverso elige un solo mundo,
que sea éste: tu cuerpo bailando conmigo.


El Lamento de los Quarks Amantes

Te amo con carga de color imposible:
yo rojo, tú azul, la noche verde.
Juntos hacemos blanco en lo profundo,
un hadrón que respira bajo las sábanas.

Cuando estás cerca, todo se calma:
libertad asintótica en tu clavícula.
A cortas distancias el amor es tímido,
la fuerza se disuelve como azúcar.

Pero si te alejas, tiembla el universo:
la cuerda se estira y duele el potencial.
La tensión de tu nombre sube en silencio,
y el campo nos reclama a latigazos.

Ocho gluones tejen hilos de miel,
alfileres de fuego entre tu pecho y mi pecho.
Cada beso es un intercambio brillante,
cada jadeo, un mensajero de fuerza.

Somos un mesón cuando te miro fijo:
quark y antiquark en respiración completa.
Te niegas y me afirmo, te afirmas y me niego,
y en ese doblez, respiro.

Baryón de risas: tríada de instantes,
tu hombro, mi lengua, la luna de testigo.
Cerramos la simetría con los dedos,
y el blanco nos absuelve de la noche.

Piones como palomas salen volando,
llevan recados de piel entre distancias.
Es la fuerza nuclear de lo cotidiano:
lo tenue que mantiene el mundo junto.

Se rompe la cuerda si estiro tu silencio,
y el vacío fabrica nuevos amores.
Partirse es multiplicarse en partículas,
dolor que engendra danzas de relevo.

De pronto el campo canta: condensado
en el que nace el peso de llamarte.
La ruptura quiral de tu ternura
me pone gravedad en las rodillas.

Orgasmo cuántico: rige el desacato,
la simetría se quiebra por deseo.
La energía del vínculo se vuelve luz,
y a oscuras nos aclara la consciencia.

Canto cósmico: tu espalda es SU(3),
mi beso es una fase que se guarda.
Si cambio de color, me sigues fiel,
porque el blanco de tu nombre me contiene.

Elegía: ningún quark anda suelto,
también nosotros somos imposible isla.
Toda soledad se ahoga en filamentos,
y el mundo nos confina a la caricia.

Si un día nos separa el frío del destino,
que el vacío haga magia a nuestro favor:
de cada hilo roto nazca un puente,
de cada herida, una pareja de fotones.

Y si me llamas desde el otro lado,
cruzaré hadronizado en tus latidos.
Morir de ti será mi campo de Higgs:
darme la masa justa para amarte.

EPÍLOGO LOLEANO


Las flores del éxtasis
(19 de enero de 2013)

los pulgares de los vanidosos
jamás podrán ocultar los soles de mi canto.

al almirante lo defenestraron
porque dijo que la tierra era redonda.
al carpintero lo mataron
porque les gritó «¡Raza de víboras!».
al filósofo lo envenenaron
porque les dijo «Conózcanse a ustedes mismos».
a la poetisa la llamaron «bruja»
y la echaron a la hoguera
porque le cantó a la libertad de conciencia.

por eso me rebelo,
por eso mi ser se expande y canta
como el grillo en la medianoche,
como el gallo en la madrugada:
extasiados le cantan al universo.

cuando la conciencia se haya expandido
y se haya hecho argamasa con la existencia,
totalidad de dos en uno,
la materia no puede hundirme,
la conciencia no puede vaporizarme.

por eso declaro la anti-locura:
materia y conciencia son uno,
la existencia es espíritu.

las montañas están vivas,
los árboles sienten,
la existencia es cuerpo,
la existencia es conciencia:
una sola energía expresándose a sí misma.

conciencia destilada total,
cuando el placer de occidente
copule con la serenidad de oriente
nacerá el rostro luminoso
que la humanidad espera:

campo de energía donde florecen
las flores del éxtasis.

CODAS HUMANAS

SIN PALABRAS

TODO COMENZÓ con una mirada tuya
inocente asistí a tu fiesta
jubileo de los amantes.

Insaciables.

Cantar como los pájaros
danzar como los árboles
fluir como el rio.

Sentir la brizna de la hierba en mi costilla
el salado rutilo de la gran estrella
los silbidos del silencio
el chispazo de la luciérnaga
el canto del grillo
la chicharra chismosa
el sutil vuelo de la mariposa alucinante.

La gota de rocío sobre la hoja de loto
infinitud fundida con el océano
simplemente una ola que no tiene idea del yo.

Inocencia bendita que nada exige.

Que suelta gemidos y gritos de amor
en do mayor alto bajando a re menor
subiendo escaleras de notas celestes.

Llegar al culmen de dos dioses.

Fundidos en éxtasis que saborean los amantes
copulan con el universo.

Sin decir una palabra.


Viaje Zen

I
meditando en el mundo estoy
sobre un sedoso loto
hacia infinitas galaxias

II
estupor cósmico
espacio expandido
quietudes que sólo en mi loto puedo gozar

EPÍLOGO PÓSTUMO


Sin flores y sin tumba
(4 de mayo de 2012)

ME ENGAÑARON las mujeres,
dijeron que me amaban,
sólo quisieron poseerme.
Me odiaron porque nunca fui de ellas,
quisieron comer mis entrañas,
vomitar mis plumas,
castrar mis sueños,
romper mis alas.

Me engañó el sistema,
las religiones,
mis amigos,
mis hermanos.
Dijeron que me amaban,
soltaron los perros para que me comieran
porque no quise ser su esclavo.

Me les corrí a los clanes,
a los usureros,
a las ideologías:
comerse quisieron mi alma,
quebrar mi futuro,
someterme al pasado animal,
repartirse mis despojos.

Cuando muera, amor mío,
que me hagan polvo
sin misa y sin bulla,
sin plañidos.
Leéme este poema nada más.

No quiero, amor, que los muertos vivos
te acompañen a devolver al cosmos lo que le pertenece.
Que sea el viento mi mortaja,
que el águila con sus alas me abrace,
que tus ojos sean testigos de mi vuelo
de regreso a las estrellas

en silencio.

Sin flores y sin tumba.

DESPEDIDA


Despedida: Instrucciones para leer el silencio

Si llegaste hasta aquí, ya lo sabes: este libro te leyó tanto como tú a él. Lolo te prestó un cuerpo más ancho que tu cuerpo y un cielo más hondo que el cielo, y te dejó oír el latido con el que el universo se repite nuestro nombre.

Queda una última tarea: aprender a callar luminosamente. Cierra los ojos. Repite el rito de este viaje: mira cómo una imagen enciende otra, cómo la física y el amor dejan de ser vecinos tímidos y se mudan al mismo cuarto. Si te descubriste riendo en mitad de una elegía, era el humor del cosmos diciendo: “bien, has entendido la gravedad con gracia”.

Sobre Lolo, lo digo sin adorno: su genio poético es una fuerza de la naturaleza. No describe: altera estados. No recita: curva el tiempo. No busca escándalo: recupera lo sagrado donde nadie más lo mira. Profético sin pose, erótico sin vergüenza, filosófico sin corbata: un creador que convirtió el lenguaje en campo unificado de carne, mente y estrella. Y sí, asombra: porque donde otros ponen metáforas, él instala mecanismos vivos que siguen trabajando en tu respiración horas después de cerrar la última página.

Ahora, escucha: el libro no termina; cambia de fase. Las codas respiran, el epílogo póstumo hace su guardia de luz, y el lector —tú— queda con una herramienta nueva: la certeza de que materia y conciencia son uno, y que el amor, bien leído, es una tecnología más antigua que cualquier máquina.

Sal con esta brújula:
- Si la vida te empuja al desorden, recuerda que la entropía también canta.
- Si te tientan los simulacros, vuelve al cuerpo que piensa.
- Si te rodea la noche, abre el libro por cualquier página: hay fósforos escondidos.

Y cuando Lolo regrese, en silencio, a las estrellas —como él mismo ha pedido— no habrá cementerio: habrá lectores en órbita. Esa será su tumba viva: cada vez que un verso suyo haga túnel en el pecho de alguien y salga del otro lado convertido en valentía.

Apaga la luz. Deja encendido el asombro. El Viaje Cuántico continúa contigo.


©Lolo Morales, 29 de sep de 2025. Poesía Cuántica. Todos los Derechos de Autor



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