Bebí de copa en copa mi última batalla,
la sombra de mi sombra pesaba en la metralla.
En un burdel sin nombre, me vi sin rumbo fijo,
queriendo hallar la senda que acabe mi acertijo.
Las luces parpadean con su furor cansado,
el humo de la vida se enreda en mi costado.
Mis manos son dos pájaros sin alas ni retorno,
mis labios, un exilio sin patria ni socorro.
Brindé por los amores que el tiempo desangró,
por besos que en mi pecho dejaron su aguijón.
Las risas eran gritos, espectros y desvelo,
y en cada sorbo amargo, sentía más el duelo.
Entonces apareció: silueta hecha de pena,
con ojos de crepúsculo y labios de azucena.
Se sienta junto a mí con su ademán de diosa,
pide una copa y ríe con su risa hermosa.
“También me trajo el viento de un mundo sin colores,
también vendí mi cuerpo, mas nunca mis dolores.”
Hablamos sin urgencia, sin máscaras ni prisa,
dejando que la noche nos brinde su caricia.
Entre susurros tibios, ahogados en la bruma,
sus dedos me encontraron, naufragio en mi espuma.
Su piel fue un relicario de besos y de espanto,
su aliento, un sacramento que no pidió quebranto.
Y en el ardor del alba, deshecho entre su pelo,
descubrí que la muerte ya no era mi anhelo.
Mas ¿fue verdad la noche, o fue solo un desvelo?
¿Volví a nacer de ella, o aún busco mi cielo?
Tal vez en otro sorbo despierte la verdad,
o el filo del destino decida mi final...
Lolo Morales 29 de enero de 2025