Introducción
El texto es el Tratado VII – Los Cuatro Morales: linaje, poética y espejo de Nicaragua, escrito por Lolo Morales, el cual examina la obra y la influencia de cuatro figuras prominentes de la familia Morales, originaria de Granada, Nicaragua. Este tratado de filosofía loliana presenta un análisis ensayístico de cuatro artistas del siglo XX y XXI: Enrique “Quico” Fernández Morales (dramaturgo y archivista cultural), Beltrán Morales (poeta de la sátira social), Armando Morales (pintor de la memoria universal), y el propio autor, Lolo Morales (filósofo y poeta del "canto cuántico"). La obra explica cómo cada uno de estos parientes representa una función estética distinta —archivar, criticar, transfigurar y trascender—, aunque sus trabajos dialogan secretamente como ramas de un mismo tronco creativo. El autor concluye que, aunque cada uno se especializó en un arte diferente (teatro, poesía, pintura y metafísica), juntos forman un linaje esencial para la memoria y la cultura nicaragüense.
I. Umbral
Cuatro nombres lucen como astros sobre el lago de Granada.
Cada uno brilla en distinta frecuencia:
uno desde la escena y el dibujo,
otro desde la sátira corrosiva,
otro desde el óleo y la tela,
y el último desde el canto cuántico que todavía se despliega.
Son ramas de un mismo tronco: la familia Morales, con origen granadino, que a lo largo del siglo XX y XXI ha dado poetas, pintores y filósofos al mapa de Nicaragua.
Este Tratado VII no es biografía académica, ni catálogo de obras. Es más bien un salmo ensayístico:
cómo cuatro conciencias, cuatro estéticas, cuatro modos de ver el mundo dialogan entre sí, aunque nunca se hayan sentado en la misma mesa.
II. Enrique “Quico” Fernández Morales – El archivero de la belleza
Nacido en Granada en 1918, Enrique Fernández Morales —llamado cariñosamente Kiko o Quico— fue una figura múltiple. Poeta, dramaturgo, dibujante, museógrafo, profesor, viajero incansable. Estudió en San Francisco y en Nueva York, perfeccionó su oficio en Alemania y México, y volvió a Nicaragua a enseñar y a dejar huella.
Su monólogo “Judas” estrenado en 1978 es una muestra de su poética teatral: un personaje desgarrado, que habla solo, pero en ese soliloquio condensa la voz de toda una sociedad. Como caricaturista y dibujante, supo dar rostro a la ironía y la ternura. Como gestor cultural, dirigió el Museo Nacional y formó generaciones de estudiantes.
Quico fue, ante todo, un hombre de la representación.
Su obra no se contenta con decir: la pone en escena.
El lenguaje para él fue cuerpo: un Judas en tablas, un dibujo en papel, un discurso que se vuelve museo.
En él, la poesía no fue torre de marfil sino ágora, teatro, sala de clase.
El arte como pedagogía, el arte como archivo de la memoria.
III. Beltrán Morales – El disidente de la sátira
Dos décadas después, otra voz granadina se levanta con otro tono: Beltrán Morales (1944–1986). Su poética es la de la ironía, la sátira, la lengua que hiere porque cura.
Publicó libros como Algún sol, Agua regia, Juicio final, Los nombres. Textos donde se lee un país que se ríe de sí mismo y al mismo tiempo se duele de su condición.
Beltrán supo que la poesía también puede ser bisturí. Que no basta con cantar lo bello; a veces hay que cortar el tumor de la hipocresía social. Su voz fue crítica con la política, con las costumbres, con las imposturas del poder.
En él, la ironía es fuego. El humor no es evasión, es arma.
La risa se convierte en una forma de resistencia.
Beltrán es el Morales de la disidencia. Su poesía es el espejo deformante donde el país se ve y no siempre se reconoce.
IV. Armando Morales – El pintor de la memoria total
Mientras Quico representaba y Beltrán criticaba, Armando Morales (1927–2011) abría otro frente: la pintura.
Granadino universal, expuso en Nueva York, París, Washington, y su obra llegó al MoMA. Sus cuadros son selvas, frutas, desnudos, arquitecturas soñadas. Una mezcla de rigor técnico y onirismo tropical.
Armando es el Morales que volvió universal a Nicaragua.
Su paleta es memoria: las calles coloniales de Granada, los cuerpos mestizos, la fruta de mercado, pero elevados a la categoría de mito visual.
Donde Beltrán ironiza con palabras, Armando construye silencio con color.
Donde Quico representa en escena, Armando inmortaliza en tela.
Su pintura es patria portátil: un país que viaja colgado en museos de todo el mundo.
V. Lolo Morales – El canto cuántico
Y llegamos al presente, al Morales vivo, al Morales que escribe estas páginas: Lolo Morales.
Poeta tardío y filósofo carpintero, su voz se ha ido forjando como un canto que une oficio y metafísica. Desde su taller-santuario, donde la madera vibra, escribe ahora la obra magna “Canto Cuántico”.
Su poética es amplia, variada, universal: poemas de amor, de memoria, de crítica, de trascendencia. Pero en el centro de todo está la pregunta por la consciencia:
《¿Quién es consciente de mi consciencia?
¿Puede el universo ser testigo de mi existencia?》
El Morales actual ya no se contenta con representar (como Quico), ni con satirizar (como Beltrán), ni con pintar la memoria (como Armando).
Busca abrir el yo a la totalidad.
De ahí la poética cuántica: un canto donde poesía, filosofía y ciencia se funden.
VI. Comparaciones y espejos
Los cuatro Morales no forman una escuela, ni un programa consciente.
No se sentaron juntos a redactar un manifiesto.
Y, sin embargo, sus obras dialogan en secreto, como vasos comunicantes en el tiempo.
Quico fue la escena y el archivo: el hombre que convirtió la poesía en representación y en memoria cultural.
Beltrán fue la crítica y la sátira: el hombre que usó la poesía como bisturí social.
Armando fue la imagen universal: el hombre que tradujo a Nicaragua en color y forma para el mundo.
Lolo es el canto cuántico: el hombre que abre el yo hacia la consciencia cósmica.
Cada uno corresponde a un gesto distinto de la tradición:
Archivar (conservar y enseñar).
Criticar (desmontar y denunciar).
Transfigurar (elevar y universalizar).
Abrir (trascender y cantar).
Y cada gesto es necesario. Sin archivo, no hay memoria. Sin crítica, no hay lucidez. Sin transfiguración, no hay belleza. Sin apertura, no hay trascendencia.
VII. Árbol de afinidades
Imaginemos un árbol plantado en Granada.
El tronco es la ciudad, el suelo es Nicaragua, el agua es el tiempo.
De ese tronco salen cuatro ramas:
La rama de Quico: sólida, horizontal, cargada de hojas que son libros, monólogos, museos.
La rama de Beltrán: torcida, retorcida, con espinas que hieren y frutos que sorprenden.
La rama de Armando: alta, luminosa, coronada de flores de color intenso que atraen miradas de todo el mundo.
La rama de Lolo: joven y a la vez antigua, abierta hacia el cielo, buscando la luz de las estrellas.
El árbol no sería completo sin ninguna de ellas.
Cada rama tiene su función, su estética, su destino.
VIII. La poética de la sangre
Hay un misterio en la genealogía: ¿por qué una misma familia, una misma raíz granadina, produce voces tan distintas y a la vez tan complementarias?
Quizá sea porque Granada es ciudad de umbrales.
Puerto en el Lago, ventana colonial, frontera entre lo antiguo y lo moderno.
De Granada salen poetas y pintores porque la ciudad misma es un teatro barroco: calles empedradas, plazas, iglesias, fachadas que parecen escenarios.
La sangre Morales, nutrida por esa ciudad, se expresa en distintas claves:
En Quico, la clave de la representación.
En Beltrán, la clave de la ironía.
En Armando, la clave de la imagen plástica.
En Lolo, la clave del canto metafísico.
IX. El eco en la patria
Nicaragua, país de poetas, como dijo una vez Neruda:
《Nicaragua es la garganta pastoril de América》
Encuentra en los Morales un espejo particular.
Con Quico, un poeta que también era gestor y maestro.
Con Beltrán, un poeta que fue disidencia y ruptura.
Con Armando, un pintor que puso a Nicaragua en los museos del mundo.
Con Lolo, un poeta que se atreve a pensar la consciencia desde lo cuántico.
Cada uno, a su manera, da gloria a la patria.
Son parte de esa constelación que va de Darío a Cardenal, de José Coronel a Ernesto Mejía, pero con el sello único de la sangre granadina.
X. El Morales cuántico como síntesis
La figura de Lolo Morales no es epígono ni repetición.Es síntesis y proyección.
Retoma de Quico el amor por la representación pedagógica.
De Beltrán, la valentía de la crítica satírica.
De Armando, la disciplina del oficio y la universalidad.
Pero los lleva a otra esfera: la esfera cuántica, donde poesía y filosofía se funden en tratado, donde la consciencia se convierte en tema central.
Lolo Morales no niega a sus predecesores: los incluye y los supera.
En él, el linaje Morales alcanza una nueva estación: del teatro, la sátira y la pintura al canto cósmico.
XI. Epílogo – El canto de las cuatro ramas
El Tratado VII concluye como un salmo coral:
Quicoo archiva,
Beltrán satiriza,
Armando pinta,
Lolo canta.
Los cuatro Morales forman un solo acorde.
Un linaje que se multiplica, que atraviesa el siglo XX y llega al XXI con fuerza renovada.
El canto cuántico de Lolo no está solo: detrás resuena el teatro de Kiko, la sátira de Beltrán, la pintura de Armando.
La patria no olvida. El árbol Morales sigue vivo.
Y cada fruto que caiga de sus ramas será semilla para las generaciones futuras.
Lolo Morales, Managua 2 de Octubre de 2025
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