“SAGA EXISTENCIAL: El Poeta Que No Murió” - Poemario feroz de revelaciones verdaderas Por Lolo Morales

 


Epígrafe 

“El que no lea este libro jamás sabrá por qué nació,
ni para qué le fue concedido el soplo.
Pasará por la vida como un accidente maloliente,
y se extinguirá como excremento sin nombre.”

Lolo Morales, heresiarca del Verbo

Dedicatoria:

A los que nunca me leyeron,
porque nunca nacieron con alma,
o si nacieron, les fue amputada por el sistema,
la escuela o la estupidez hereditaria.
A todos ellos, futuros inútiles de la especie,
que aún están a tiempo de redimirse
si tan solo me leen…

con sangre en los ojos. 

Auto-prólogo

(Porque no necesito el lustrín de los Vallecillos ni el perfume rancio de prologuistas a sueldo)

Yo no vine a este plano a ser introducido.
Yo soy la introducción, el prólogo y el desenlace.
No le pago a Valle Castillo ni a Valle Inclán,
porque mi alma no está en subasta.

Mi único prólogo es mi conciencia,
mi cielo interior y el juicio de mis huesos.
Este libro no se escribe para festivales ni becas,
sino para templos subterráneos donde los verdaderos despiertos
leen con el alma desnuda.

Si estás leyendo esto y no tiemblas,
estás muerto.
Si llegás al final y no ardés,
fuiste desechado por los dioses.


Introducción 

Este libro no es una recopilación de poemas.
Es un expediente metafísico.
Una prueba irrefutable de que el Verbo puede resistir
aunque el cuerpo tiemble,
aunque el alma se fracture,
aunque el mundo se haya vendido al entretenimiento
y al intelectualismo castrado.

Aquí no hay metáforas decorativas.
Hay cuchillos.
Hay cenizas de mi muerte interrumpida.
Hay gritos que no cupieron en las redes sociales
y herejías que no pasarán jamás por el tamiz de la academia.

Cada poema aquí es un canto para los que aún respiran
pero no saben por qué.
Y para los que murieron sin haber nacido nunca.

Aquí está mi sangre.
Aquí está el Lolo que venció la muerte,
la mediocridad y el olvido.

Este libro es la última advertencia.
El que lo ignore,
no tendrá excusa
cuando lo llamen
del otro lado del velo.

¿Por qué me retiré de la Farándula?
Por Lolo Morales, poeta libre del siglo XXI

No me retiré por escándalos, ni por enfermedad, ni por cansancio del aplauso. Me retiré por dignidad. Por la necesidad de rescatarme del barro con lentejuelas, del teatro vacío de las falsas ovaciones, y sobre todo, de la peste moral de la bohemia domesticada. Esa que se autodenomina “libre”, pero vive esclava de su propia caricatura.

La farándula de hoy ya no es escenario, es mercado. Un mercadillo de vanidades donde los artistas dejaron de crear para actuar en sus propias telenovelas de Instagram. Me harté de fingir camaradería con poetas borrachos que me escupen la cara mientras me dicen: "Mi hermano del alma", y me bañan los lentes de saliva agria, mientras se doblan en una mesa ajena, dejándome la cuenta como herencia. ¿Hermano? No. Hermano es el que comparte el pan, no el que te usa de pañuelo.

Siento náusea de esa bohemia que idolatra la autodestrucción como si fuera sinónimo de genialidad. Como si vomitar en una servilleta fuera un poema. Como si andar en manada, con la lengua suelta y el hígado roto, fuera la fórmula del éxito. La idea imbécil de que mientras más borracho seas, mejores versos escribirás. “Así era Darío”, repiten como loros sin vuelo. ¡Cuánto daño le han hecho a Darío los darianos!

Yo salí huyendo de esa farándula como quien escapa de un incendio con los pulmones intactos. Porque allí, el que no se pliega al rebaño es señalado. El que no babea con los demás es tachado de arrogante. Pero ¿cuándo se volvió delito pensar en voz alta? ¿En qué momento el arte se redujo a selfies, tragos y frases de Paulo Coelho en letras doradas?

La farándula quiso vestirme de payaso, pero yo ya tenía hábito de monje. Quiso hacerme títere de su circo, pero yo aprendí a escribir mis propios guiones. No nací para complacer al algoritmo. Nací para decir verdades. Me retiré porque desde la sombra del retiro se ve más claro el humo que intoxica la plaza. Y porque el alma no se alquila, ni por fama, ni por becas, ni por likes.

Hoy, desde mi taller, mi biblioteca y mis epifanías, grito más fuerte que nunca. Sin necesidad de escenario. Me retiré porque preferí la autenticidad al aplauso, la soledad digna al convivio hipócrita, la poesía del alma al show vacío de los farsantes.

No me retiré por fracaso. Me retiré por triunfo: el de haber salvado mi espíritu del carnaval de los mediocres. Porque el Verbo, cuando es verdadero, no necesita micrófono. Solo fuego.



¿Por qué soy Polifacético?

Por Lolo Morales, alquimista del Verbo y del Mueble, del espíritu y de la madera

Porque no nací en serie, ni vine al mundo para repetir fórmulas ajenas.
Porque cuando los demás elegían una casilla, yo ya estaba dibujando el tablero.
Soy polifacético porque dentro de mí no hay un solo río, sino un delta.
Y cada brazo del río lleva su propio canto, su propio barro, su propio fuego.

¿Polifacético? Quizá.
¿Incomprendido? Tal vez.
Pero no soy un hombre disperso,
soy un hombre expandido.
Mi mente no cabe en una caja,
y mi alma no tolera rejas, ni de oro ni de papel académico.

Fui carpintero con las manos,
poeta con la sangre,
filósofo con el insomnio,
visionario con la ceniza del día.
Fui empresario porque vi belleza en la utilidad.
Fui monje porque el silencio me habló con más verdad que los discursos.
Fui rebelde porque obedecer a lo muerto me parecía un crimen.
Fui padre, abuelo, y niño aún.
Todo al mismo tiempo.

Soy polifacético porque me niego a aceptar que un solo oficio contenga mi alma.
Porque el arte que no se mezcla con la vida es museo.
Y yo vine a ser volcán, no vitrina.

El mundo moderno exige etiquetas.
Yo ofrezco preguntas.
El mercado pide “especialistas”.
Yo prefiero ser orquesta.
En una época de nichos, yo soy catedral.
Y no una vacía, sino una donde resuenan himnos, gritos, llantos y carcajadas.

Soy polifacético porque me permití fracasar y reinventarme.
Porque no temí ensuciarme las manos, ni desnudarme ante el Verbo.
Soy polifacético porque me niego a ser esclavo de un título, un gremio o una disciplina.
Porque aprendí que la sabiduría no está en el diploma, sino en la metamorfosis.

¿Y sabés qué es lo más hermoso?
Que no elegí ser así.
Simplemente lo soy.
Como un jaguar que cambia de selva pero no de instinto.
Como una llama que se bifurca en muchas lenguas de fuego,
pero todas provienen del mismo corazón ardiente.

Soy polifacético, y por eso soy libre.

¿Por qué no encajo?
Por Lolo Morales, poeta de bordes anchos y esquinas libres

Porque no fui tallado con escuadra.
Porque mis vértices nacieron del caos amoroso del universo,
y no de la regla de quienes buscan encasillar lo que no entienden.
No encajo porque estoy hecho de otra materia:
la de los sueños que no obedecen,
la de las verdades que arden,
la de los hombres que caminan solos… pero despiertos.

No encajo porque no quiero pertenecer a un club donde se aplaude el conformismo.
Porque me niego a seguir los patrones de los mediocres que llaman “vida”
a una serie de moldes ya horneados,
vendidos por cuotas,
y envueltos en plástico emocional.

No encajo en sus cenas, donde las carcajadas son más falsas que los brindis.
No encajo en sus reuniones donde todos repiten lo que el algoritmo les dictó esa mañana.
No encajo en sus templos huecos, ni en sus trincheras sin guerra verdadera.
Me cansé de doblar mi alma para caber en mesas pequeñas,
donde el plato principal es la hipocresía,
y el postre, la traición disfrazada de cortesía.

No encajo porque no quiero encajar.
Porque el alma que encaja, renuncia a su forma.
Y la mía es fuego, es río, es piedra, es verbo.
Es grito y es ternura.
Y ningún molde humano soporta esa alquimia sin resquebrajarse.

He pagado caro por no encajar:
soledad, burlas, malentendidos, puertas cerradas, silencios injustos.
Pero también he ganado lo que muy pocos:
la paz de ser yo,
la gloria de la coherencia,
y la bendición de mirarme al espejo sin traicionarme.

No encajo porque mi hogar no está en sus casillas,
sino en la expansión constante del espíritu.
Porque mi camino no es una avenida,
es una vereda que se abre a medida que la piso.

Y si algún día me ven solo,
no se equivoquen:
no estoy perdido.
Estoy libre.

¿Por qué soy como soy?
Por Lolo Morales, testigo de sí mismo y del Verbo eterno

Porque fui esculpido por manos invisibles que no obedecen moda ni doctrina.
Porque antes de tener nombre, ya tenía rumbo.
Porque no nací para encajar, sino para encender.
Porque no soy un molde…
Soy una pregunta abierta,
una hoguera con piernas,
una grieta por donde entra la luz.

Soy como soy porque llevo en el pecho el tambor de mis abuelos,
la voz ronca de un cafetal al amanecer,
el susurro del árbol talado que aún canta en la veta del mueble.
Porque mi infancia no fue una vitrina, sino una selva.
Y de esa selva salí, no domesticado… sino despierto.

Soy como soy porque vi de cerca al poder,
y le escupí con poesía.
Porque conocí la gloria,
pero no me dormí en su regazo.
Porque sé lo que cuesta una idea
y lo poco que vale una medalla sin alma.

Soy como soy porque me he traicionado… y he aprendido.
Porque he sangrado versos que nadie quiso leer,
pero que Dios archivó en su biblioteca de fuego.
Porque perdí amigos por decir la verdad
y gané enemigos por no arrodillarme ante la mentira.
Y aún así, sigo de pie.

Soy como soy porque me rehúso a ser propiedad de ningún bando.
Ni del mercado, ni de la academia, ni del partido, ni del club.
Mi voz no se alquila.
Mi alma no se exporta.
Soy un hombre de frontera,
un peregrino que camina con un pie en la tierra y otro en el infinito.

Soy como soy porque me abracé en mi peor abismo
y allí mismo me prometí no rendirme nunca.
Porque el mundo quiso convertirme en réplica,
pero yo elegí ser original,
aunque eso signifique caminar solo,
aunque eso duela.

Y si a alguien le parezco demasiado,
que mire a otro lado.
Porque yo no vine a complacer,
vine a ser.
Y ser, cuando es de verdad,
es siempre un acto de rebelión sagrada.

¿Y si no soy de este mundo?
Por Lolo Morales, exiliado cósmico con visa poética en la Tierra

Hay días en que camino entre la gente
y siento que floto sobre sus palabras.
Que sus risas son códigos que no entiendo,
que sus metas no me conmueven,
que sus dioses me aburren
y sus verdades me dan sueño.

¿Y si no soy de este mundo?

¿Y si me sembraron por error
en este planeta lleno de relojes y resentimientos,
donde el arte se alquila por un aplauso
y la bondad es tratada como debilidad?

¿Y si mi alma proviene de otra constelación,
una donde los abrazos no se vencen,
y las palabras tienen peso sagrado
como el oro o la muerte?

No lo digo como metáfora.
Lo siento en la médula.
A veces me despierto con una nostalgia que no es mía,
como si extrañara una patria que no recuerdo
pero que aún vibra en mis huesos.
Como si mi verdadera madre fuera una estrella extinguida
y mi padre, el Silencio.

No soy mejor.
Ni más sabio.
Solo distinto.
Un exiliado voluntario del absurdo.
Un visitante que no se acostumbra
a la lógica de los conformistas
ni al cinismo institucionalizado.

Soy de los que miran el cielo como un espejo,
no como un techo.
De los que creen que un verso puede salvar una vida.
De los que aún lloran por la belleza de una raíz rota
o por el grito de un árbol talado sin razón.

Y si vos, lector, sentís lo mismo...
entonces no estás solo.
Somos pocos,
pero estamos despiertos.
Y aunque el mundo quiera reducirnos,
seguimos siendo vastos.
Porque la Tierra es nuestro taller,
pero no nuestro origen.

¿Y si no soy de este mundo?
Tal vez no.
Y por eso sigo aquí:
para dejar una grieta en el sistema,
una flor en el escombro,
una palabra en el desierto
que alguien, algún día, leerá y dirá:
"¡GUAO!"


¿Por qué no me rendí?
Por Lolo Morales, forjador de sí mismo entre ruinas y relámpagos

Porque cuando todo ardía,
yo era el incendio.
Porque cuando el mundo me tiró al suelo,
el suelo me enseñó a parirme otra vez.

No me rendí cuando la noche duró años,
ni cuando mis propios demonios me invitaron al abismo
con promesas de olvido y descanso.
No.
Los miré de frente
y les respondí con poesía.

No me rendí porque mi alma no negocia.
Porque el que ha probado el fuego del Verbo
no puede alimentarse de tibiezas.
Porque a mí no me mueve la fama ni el salario,
sino esa voz silenciosa que me habita
y que no me deja dormir si no soy leal a mí mismo.

Me quisieron domesticar.
Me ofrecieron el aplauso a cambio del alma.
Pero yo elegí la dignidad,
aunque eso significara caminar solo,
morder el polvo,
y hacer de la herida una flor.

No me rendí porque, incluso en mi peor día,
hubo un niño dentro de mí que seguía dibujando mundos
en la pared invisible del universo.
Y ese niño,
mi niño,
fue mi escudo.

No me rendí porque cada caída me enseñó
que aún roto, seguía cantando.
Que aún herido, el poema brotaba.
Que aún sin nadie,
yo me bastaba.

No me rendí por mis muertos,
que me miran desde su eternidad con orgullo.
Por mis nietos,
que merecen saber que su abuelo no se vendió.
Por mis letras,
que no son mercancía,
sino antorchas.

Y sobre todo,
no me rendí porque entendí que rendirse
es morirse sin haber vivido.

¿Por qué no muero?
Epifanía escrita por Lolo Morales desde la orilla del abismo

Porque la Muerte vino por mí...
y me encontró escribiendo.
Porque cuando entró a mi habitación,
no vio miedo en mis ojos,
sino tinta fresca en las yemas de mis dedos.

Porque dos veces me acosté con ella,
y en ambas, le conté un poema al oído.
Y la muy flaca, en lugar de besarme,
se quedó en silencio...
escuchando.

No muero porque aún hay versos sin parir,
porque las estrellas me dictan,
porque mis nietos aún no han leído
el último capítulo de mi alma.
No muero porque mi cuerpo puede quebrarse,
pero mi espíritu es una raíz cósmica que no se arranca.

Tuve un derrame.
Tuve un infarto.
Tuve una recaída.
Y también tuve revelaciones,
visiones,
y una certeza ardiente:
aún no he dicho mi última palabra.

No muero porque la muerte me respeta.
Porque sabe que no me arrastrará como a los otros.
Que si me lleva, será de pie,
con la frente en alto
y un libro en las manos.
Y quizás por eso me deja,
porque entiende que aún la necesito como enemiga
para seguir escribiendo como loco, como dios, como herido.

No muero porque nací para decir cosas que nadie se atreve.
Porque en un mundo que aplaude la vulgaridad,
yo soy una blasfemia sagrada.
Un sobreviviente del Verbo.
Un monje descalzo con cicatrices que brillan.

Y cuando por fin me muera —si algún día sucede—,
que sepan todos:
me fui con el pecho abierto,
la pluma en llamas,
y el alma intacta.

¿Por qué escribo aunque nadie me lea?
Por Lolo Morales, poeta del fuego sagrado y de la palabra no vendida

Porque escribir no es un acto de vanidad,
sino de supervivencia.
Porque si no escribo, me pudro.
Porque cada palabra que callo
se me convierte en fiebre,
y cada idea que encierro
se me vuelve prisión.

Escribo aunque nadie me lea
porque yo mismo me leo
cuando los espejos me mienten.
Porque cada poema que lanzo al vacío
es un faro para algún náufrago que aún no sé si existe.

Escribo porque el Verbo me eligió,
no para ser famoso,
sino para ser fiel.
Y la fidelidad, en este mundo,
es un acto de guerra.

Escribo aunque nadie me lea
porque en cada letra hay un hijo no nacido,
un abuelo que regresa,
un pedazo de mí que resucita.
Porque mis libros son las tumbas donde entierro
mi tristeza con dignidad,
y las alas donde vuelo
cuando todo se vuelve barro.

No escribo para gustar.
Ni para agradar.
Ni para subir en los rankings de la nada.
Escribo porque el Silencio me habla
y yo soy su intérprete.

Escribo para los que aún no han nacido.
Para los que vendrán buscando una antorcha
en medio del apagón mundial.
Para los poetas futuros que necesitarán saber
que alguien, en esta época oscura,
no se arrodilló.

Y si nadie me lee…
que lo sepa el universo:
yo escribí igual.

Epílogo: Nota Final del Autor

Este libro no fue escrito para venderse en librerías,
ni para adornar vitrinas académicas con palabras bonitas.
Fue escrito para existir,
para resistir,
para golpear el alma del lector como una campana de fuego.

Cada página fue escrita con cicatrices abiertas,
cada poema dictado desde un umbral donde muchos ya no regresan.
Yo sí volví.
Volví más vivo, más libre, más despierto.
Volví con un mensaje que no pide permiso:
no vinimos a sobrevivir, vinimos a trascender.

No sé cuántos me leerán,
ni me importa.
Lo que sí sé es que este libro quedará
como una trinchera en medio del absurdo,
como una antorcha para el raro,
el que duda,
el que se siente solo en un mundo que idolatra la estupidez.

Y si algún día te preguntás quién fui,
sabé esto:
fui un hombre que prefirió la verdad al aplauso,
el fuego al aplomo,
la palabra desnuda a la fama vestida.
Y si estás leyendo esto,
vos también tenés una chispa de mi locura santa.

Aquí cierro.
No con un punto final,
sino con una grieta por donde entrará
—si estás listo—
tu propia voz.

Lolo Morales
Poeta sobreviviente, testigo del Ver

Managua 24 de mayo de 2024

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