En un pedestal radiante,
cual sol que abraza la vida,
Rubén asciende, divina,
su voz eterna y brillante.
Túnica de mármol griego,
quill de oro entre sus manos,
sus versos, astros hermanos,
iluminan el sosiego.
Los cisnes cantan su gloria,
con plumas blancas de luna,
y alzan su voz, cual ninguna,
en un río de memoria.
En las nubes, las musas danzan,
cantan himnos celestiales,
y trompetas inmortales
el tiempo y el cielo alcanzan.
Homero baja la frente,
reverencia al nicaragüense,
que con su arte floreciente
reclama un trono imponente.
Pablo Neruda murmura,
"Es el verbo, es la victoria",
y Whitman, lleno de euforia,
celebra su lira pura.
Darío, faro infinito,
canta en idiomas del viento,
su eco es puro fundamento,
el universo es su rito.
"Padre del verso inmortal,"
gritan bardos de la esfera,
"Tu canción nunca se altera,
ni ante la sombra infernal."
Las alas del infinito
sostienen su apoteosis,
y entre la luz de las rosas
se alza un coro exquisito.
Las estrellas le coronan,
sus llamas son poesía,
y en su centro brilla el día
con un fulgor que emociona.
¡Oh, Darío, dios alado,
de los cisnes soberano!
Tu palabra, flor del llano,
por siempre será legado.
Tu pluma, fuente divina,
forjó caminos de aurora,
y hoy tu gloria se atesora
en cada letra que anima.
Eterno Rubén, lumbrera,
canta el cosmos tu destino,
eres faro, verbo y vino,
eres himno que no muera.
Managua, 3 de didiembre 2024