Oh, amor,
barco que naufragó en mi pecho,
lluvia que empapó la tierra de mi alma,
dejándola fértil y luego, árida,
me quedé contigo y sin ti,
atrapado en la orilla que abandonaste,
como un anhelo que aún late en la distancia.
Te busqué en las calles y en los rostros ajenos,
en el eco de tus pasos que ya no regresan,
en cada rincón donde tus ojos sembraron luz,
y solo hallé sombras —
como ruinas antiguas de lo que fuimos,
como pétalos secos en los que el tiempo danza.
Te fuiste con la prisa de un río incesante,
como ola que besa y se marcha,
dejando espuma y vacío en la playa del corazón.
¿Dónde estás ahora, llama que ardiste sin descanso,
perfume dulce en las madrugadas,
sueño errante que rozó mis cielos más altos?
Llevo el peso de tu nombre como un viento invisible,
como un murmullo de hojas en mi interior.
Tu voz, ecos de un bosque en otoño,
se desvanece mientras camino,
y cada paso es un lamento,
un susurro de hojas secas bajo mis pies.
Fuimos río y montaña,
fuimos bosque en llamas,
fuego indómito y pájaros danzando en la aurora.
¿Recuerdas, amor, cuando el mundo
no era más que un reflejo de nuestros cuerpos,
cuando el tiempo cedía ante la urgencia de la piel?
Pero ahora el tiempo es tirano y ajeno,
es el reloj que marca lo perdido,
lo inalcanzable, lo que ya no regresa.
Tu ausencia es el filo de la noche,
y a veces me roza con su fría caricia,
dejándome desnudo y sin estrellas.
Es el eco de un tambor lejano,
el compás de un suspiro que se va desvaneciendo.
Me aferro a los restos de tus besos,
a los recuerdos que, como polvo de estrellas,
se posan en mi piel sin tocarme,
se disuelven en el viento sin volver.
¿Qué soy ahora sin ti,
sino una luna desierta,
un océano mudo,
una raíz buscando agua en la aridez?
Amor, plantaste en mí el temblor y la ternura,
y me dejaste las manos vacías,
como ramas desnudas ante el invierno.
Oh, amor, que fuiste torrente y calma,
sol y penumbra,
mi grito en la madrugada,
mi risa y mi pena;
te honro en este silencio,
en este canto que es lágrima y flor,
en cada verso que alumbra lo que fuimos
y la sombra de lo que ya no somos.
Que tu nombre resuene en las piedras,
que el viento lo lleve lejos,
allí donde el mar se encuentra con el cielo,
y en cada rincón donde alguna vez
nos vimos reflejados en el amor eterno.
Soy, en este momento de tu memoria,
el campo desierto que espera la tormenta,
el árbol que se deshoja sin tristeza,
porque sabe que el invierno también es parte de la danza.
Y aunque te hayas ido, amor,
y tus huellas se disuelvan en el polvo de los días,
te llevo en mí como un rumor secreto,
como un río subterráneo,
como un sueño que regresa cada noche
para recordarme que, aunque todo se pierde,
alguna vez existimos en el centro del universo,
y en ese instante, el amor era todo.