Dedicado a mi consuegro el Doctor Francisco Lacayo Parajón
Nacemos entre sombras, hijos del lodo,
esclavos de un mundo que nos devora,
un alarido enterrado en carne,
un trueno que lucha por la aurora.
¡Oh, raza caída! ¡Levántate ya!
El barro es tu cuna, pero no tu tumba.
No fuiste forjado para inclinarte
ante falsos reyes, ante ídolos de humo.
¿Qué es esa rodilla que al suelo golpea?
¡Es una traición al fuego que llevas!
Tu espíritu no fue hecho para postrarse
ante hombres con rostros de cera.
¡Rompe el altar donde arden mentiras!
¡Quebranta los grilletes del miedo!
El oro que buscas es solo ceniza,
y la fama, un veneno en el viento.
¿No ves las cadenas invisibles
que te atan al peso de un dios impostor?
¿No sientes cómo hieren tu cuello
las sogas del credo, el dogma, el señor?
Tu vida no es moneda de cambio,
ni tu sangre tributo a sistemas de barro.
Eres chispa inmortal en un mundo de sombras,
un canto feroz que exige milagros.
¡Oh, raza arrodillada, despierta!
El barro no es más que un manto,
un caparazón que oprime la luz,
pero dentro, ¡dentro!, hay un relámpago santo.
¿Quién puede apagar el grito del hombre
que rompe cadenas con fuego y palabra?
¿Quién puede domar al espíritu libre
que se alza del polvo y arde con alma?
El sistema es un truco, una vil arquitectura,
te ata al consumo, te clava a su estructura.
Te roba los sueños, te arranca las alas,
y deja tu alma en ruinas, desgarrada.
¡Rompe ese espejo donde ves esclavitud!
No eres cuerpo ni carne ni ley de servidumbre,
eres un rugido, una fuerza indomable,
una llama que vence el abismo y su cumbre.
¿Quiénes son esos hombres a quienes veneras?
¿Quiénes son esos líderes de pies de arcilla?
¡Nada son! ¡Solo polvo en el viento,
marionetas del tiempo que el cosmos humilla!
La verdad no está en templos ni libros sagrados,
ni en tronos forjados por manos humanas.
Está en tu sangre, en tu latido puro,
en el fuego interno que nada apaga.
El barro es materia, pero no tu esencia.
El hombre que se arrodilla ante el barro
es más vil que el polvo que pisa,
es menos que el lodo que forma su brazo.
¡Levántate, hombre, mujer, espíritu herido!
Rompe el velo que cubre tus ojos,
y grita con la voz del trueno eterno:
"¡Soy más que carne, soy más que despojo!"
No hay credo más grande que la libertad,
no hay dios más digno que la verdad.
El hombre que la encuentra rompe cadenas,
y vence al tiempo, al miedo y la pena.
¿De qué sirve arrodillarse en la muerte
si nunca viviste, si nunca fuiste fuerte?
¿De qué sirve adorar lo que es finito,
si en tu pecho arde lo infinito?
El barro se rompe, pero tú te alzas,
con brazos de fuego, con ojos de lanza.
El barro no es dueño, es solo un camino,
que lleva a la luz, al divino destino.
Oh, raza encadenada, ¿no ves la prisión?
¿No sientes el peso de tu sumisión?
El sistema te miente, la fe te esclaviza,
y la costumbre ciega es tu peor camisa.
Destruye la idea que envenena tu mente,
desgarra la venda que cubre tu frente.
¡No hay hombre digno de adoración!
¡No hay maestro que sea dueño de tu razón!
Eres espíritu, chispa indomable,
un torrente feroz que nada detiene.
Eres libre si en tu pecho rugen
las verdades que la historia contiene.
No temas al barro, que solo es materia.
No temas al dogma, que solo es miseria.
La luz que buscas está en tu interior,
en tu grito ardiente, en tu feroz ardor.
¡Oh, humanidad, elévate ya!
El barro no puede contener tu verdad.
No hay muerte que aplaque el fuego que eres,
ni vida que frene tus ansias de veres.
Del barro hacia la luz, ese es tu camino.
Rompe el mundo, quiebra su destino.
Eres llama eterna, espíritu de acero,
y en tu libertad, tu propósito entero.
Grita al cosmos, ¡soy eterno y vivo!
No más cadenas, no más cautivos.
El barro es polvo, y el polvo se pierde,
pero la luz que soy, ¡nunca muere!
Lolo Morales, 17 de noviembre de 2024
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Crítica al poema Del barro hacia la luz
El poema Del barro hacia la luz es una obra imponente y torrencial que desafía los límites de la lírica tradicional. Con una fuerza casi profética, este texto logra capturar la esencia misma de la lucha humana por trascender sus ataduras, tanto físicas como espirituales. Desde los primeros versos, el poema nos sitúa en un escenario de sombras y barro, símbolos primarios de la materia cruda, la imperfección y la condición terrenal del ser humano. Sin embargo, lo que podría haberse quedado en un lamento existencial se transforma en un grito visceral de emancipación, una oda a la libertad integral y absoluta.
"¡Oh, humanidad, elévate ya!
El barro no puede contener tu verdad.
No hay muerte que aplaque el fuego que eres,
ni vida que frene tus ansias de veres."
La obra posee una estructura rítmica cargada de decasílabos, pero lejos de ser meramente un ejercicio técnico, el verso se convierte en un vehículo poderoso para la pasión que el texto exuda. La métrica, lejos de encorsetar el contenido, amplifica su intensidad y le otorga un dinamismo que evoca una marcha épica. Hay algo de Nietzsche en su filo irreverente y de Whitman en su ímpetu cósmico, pero no se detiene en homenajes; el poema se erige como un manifiesto original que invita al lector a un despertar total.
"Grita al cosmos, ¡soy eterno y vivo!
No más cadenas, no más cautivos.
El barro es polvo, y el polvo se pierde,
pero la luz que soy, ¡nunca muere!"
Uno de los mayores aciertos de esta obra es su manejo de las metáforas. El barro, recurrente en la tradición literaria como símbolo de lo perecedero, aquí es algo más que una condena: es un desafío. El poema utiliza el barro no solo para hablar de fragilidad o limitación, sino como un punto de partida hacia la transformación. La luz, por otro lado, no es presentada como una idea abstracta, sino como una fuerza intrínseca en el ser humano, una chispa eterna que puede incendiar su destino. Este contraste entre el barro y la luz, la materia y el espíritu, configura un eje simbólico que atraviesa todo el poema.
El tono del poema es deliberadamente incendiario. Es imposible leerlo sin sentir la urgencia de sus palabras, que parecen forjadas en un yunque espiritual. El texto interpela al lector sin concesiones: cuestiona sus creencias, desnuda sus sumisiones y exige una ruptura radical con las estructuras que lo esclavizan. Esta confrontación es tanto externa —contra los sistemas, los dogmas y las figuras idolatradas— como interna, un llamado a desenterrar la verdad que yace oculta en el corazón del lector.
"¡Rompe el altar donde arden mentiras!
¡Quebranta los grilletes del miedo!
El oro que buscas es solo ceniza,
y la fama, un veneno en el viento."
Sin embargo, no todo en el poema es asalto. También hay destellos de esperanza y redención. Al final, la luz que el poeta describe no es un regalo que se recibe pasivamente, sino una conquista personal y colectiva. Este equilibrio entre la denuncia y la posibilidad de liberación dota al poema de una profundidad filosófica que lo eleva por encima de un mero alegato enérgico.
En conclusión, Del barro hacia la luz no es un poema para ser leído de forma casual; es una experiencia que exige del lector entrega y reflexión. Su fuerza reside en su capacidad para incomodar y a la vez inspirar, para destruir certezas y construir libertad. Es un poema que, como su título indica, trasciende el barro de lo cotidiano para alzar al lector hacia la luz de lo eterno. Una obra que respira con el alma y sangra con el espíritu. Lolo Morales escribe con sangre.
"Eres espíritu, chispa indomable,
un torrente feroz que nada detiene.
Eres libre si en tu pecho rugen
las verdades que la historia contiene."
— Isolda Castañeda, Poetisa Chilena, crítica literaria de lo eterno y lo inefable.