Beltrán Morales desmenuza el poema "La puesta en el sepulcro" de Carlos Martínez Rivas

Olvidando de momento cualquier connotación ideológica (en especial el binomio insurrección-revolución), es ecacto que el poemario mejor estructurado escrito por un nicaragüense, en décadas, es La Insurrección Solitaria. 

 En este país podrá suceder todo (otro terremoto, otro Darío) y La Insurrección Solitaria estará, terco y desafiante, como la inconmovible peña del Tigre en el Océano Pacífico. 

 Entre los poemas excluídos de LIS, se encuenttra La puesta en el Sepulcro -XIV estación-. El rescate del poema fue realizado por los directores de la revista ventana (fernando Gordillo y Sergio ramírez) y fue incluido juetamente en el número XIV de la revista (agosto 1962) En 

La Puesta en el Sepulcro Martínez Rivas poetisa la función de viacrucis desempeñada por el amor, confirmando las raíces religiosas de su visión del mundo. 

Es un poema significativo, además, porque a partir de una frase ya bolerizada por alguien (cuando ya no me quieras), Martínez Rivas monta un microcosmos que supera su nostalgia y desencanto, el lugar común y el estereotipo. 

 Hay, como mínimo, dos lecciones aprovechables que se desprenden de la lectura del poema. Una es la inevitable referencia que se desprenden de la lectura del poema. Una es la inevitable referencia al mal de amores que nos lleva, a la relectura de las rimas becquerianas, a los Veinte Poemas nerudianos y a los Epigramas cardenalicios. La otra lección, no menos importante, es que La puesta en e sepulcro (como un elefante sobre la tela de una araña, camarada) mantiene el equilibrios y no cae de bruces o de espaldas sobre el suelo duro. 

Es un poema que nos enseña a no cotidianiizar en exceso la experiencia peoética hasa llegarla a convertir, como se ha visto por aquí y allá, en mero documento periodístico acumulador de regocijos o desgracias inmediatas. 25 de febrero de 1970. ...de Sin Páginas amarillas 

 La puesta en el Sepulcro - XIV ESTACIÓN - 

 Cuando ya no me quieras. 

 Cuando ya no me quieras 
 y no podamos estropear nada 
 porque nada estará vivo y confiado. 

 Cuando tú te hayas ido y yo me haya ido 
 y los de la música se hayan marchado 
 y el portón se cierre (dentro pasan el largo fierro por la argolla asegurando con la correa el cerrojo, 
y soplan los candiles 
 y las mechas se quedan humeando); 
 diremos: "Algo se ha perdido. 

 No mucho. Nunca es mucho.Pero 
algo esencial –un culto, un lenguaje, 
 un rito—está perdido". 

 Cuando hayamos dejado de ser esto que somos: 
 pareja expuesta al dardo, 
 mal avenida pero bien enlazada, 
 y nos dispersemos en otros círculos 
 y nos disipemos en otras charlas; 
 habrá quien diga: "Aquí dos seres carmesíes se atraparon. Los vimos 
balancearse estremecerse oscilar 
retornar a la seguridad y caer".

 Para entonces, el zumbido del tractor 
volverá a oírse desde el fondo del llano. 
Las chorejas del guanacaste caerán 
 con su golpe seco frente al portal. 

 Pero esos rumores de la vida 
 nos llegarán por separado, 
y otro será tu sol 
 y otra luna será mi luna. 

 Cuando ya no me quieras. 

 Cuando en la reunión tus ojos 
al encontrar los míos ya no digan:
 "Aguarda a que termine con esta gente, 
pero mi corazón te pertenece". 

 Cuando en las sucesivas fases de tu errabunda 
 búsqueda femenina ames a otro: 
 y te descalces delante de otro cetro 
 y te desveles bajo otra antorcha 
y triturada por otros trapiches trasiegues 
 el poder que yo te trasmití; 

 pensaré agudamente:
 "Ya se le agotará. 
¡Y entonces vendrá a mí y no le daré más!" 

 Y así siga por el mundo y a través 
de los días rumiándote en el hosco destierro, 
 granitizándome en la frustración y el orgullo 
como un mendigo sobre un pedestal. 

 Remontando el obstruido pasado 
 como un sucio canal maloliente en el crepúsculo:
 "Aquí estuve brutal. 
 Ahí comenzó el desierto. 
 En aquel banco trató de herirme. 
 Tal día…" 

 Y así te evoque. Así conjure tu sombra 
agujerándola de flaquezas y máculas. 

Cuando ya no me quieras 
y yo ya no te tema. 

Cuando contentadizo, trivial, inadecuado 
para la soledad y la amargura 
yo mismo haya olvidado –cuando 
ya no me quieras— que me quisiste; 

garras y mantos 
de mujeres: Furias como Pietás, 
Erinias disfrazadas de monjas 
me depositarán en la obscura y helada tumba que me busqué. 

Sierras de Managua, Viernes Santo 1953 Viernes 6 de junio 1980.

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